jueves, 25 de marzo de 2010

Cuando las muertas despertamos

Cuando los muertos despertamos, de Ibsen, es una obra de teatro sobre el uso que de las mujeres hace un artista y pensador macho en su vida y en su trabajo -el proceso de crear la cultura que conocemos- y sobre la lucha lenta de una mujer que despierta y toma conciencia de cómo ha sido utilizada su vida.

Si es estimulante estar viva en un tiempo de despertar de la conciencia, puede también ser confuso, desorientador y doloroso. Este despertar de la muerte o de la conciencia dormida ha afectado ya la vida de miles de mujeres, incluso las de aquellas que todavía no lo saben, como también está afectando la vida de los hombres, incluso la de aquellos que niegan las demandas feministas. La discusión continuará versando sobre si el marco de un sistema económico clasista es responsable de la naturaleza opresiva de las relaciones hombre-mujer, o si, de hecho, el patriarcado -el dominio del macho- es el modelo original de opresión en el cual se basan todas las otras. Pero en los últimos años el movimiento de las mujeres ha desentrañado prístinamente las conexiones inebitables entre nuestra vida sexual y las instituciones políticas. Los sonámbulos se están despertando y, por primera vez, este despertar tiene una realidad colectiva, ya no es un fenómeno tan aislado el abrir los propios ojos.

Re-visión, el acto de mirar atrás, de mirar con ojos nuevos, de asimilar un viejo texto desde una nueva orientación crítica, esto es para las mujeres más que un capítulo de historia cultural: es un acto de supervivencia. Hasta que comprendamos las suposiciones en que hemos estado ahogadas no podremos conocernos a nosotras mismas. Y esta urgencia de autoconocimiento, para las mujeres, es más que una búsqueda de identidad, es parte de nuestro rechazo al carácter autodestructivo de la sociedad de dominación machista. Una crítica radical a la literatura de arranque feminista tomaría el trabajo primeramente como una clave de cómo vivimos, de cómo hemos vivido, de cómo nos han educado a imaginarnos a nosotras mismas, de cómo nuestro lenguaje nos ha atrapado tanto como nos ha liberado, de cómo el acto mismo de nombrar ha sido hasta ahora una prerrogativa masculina, y de cómo podemos empezar a ver y a nombrar y por lo tanto a vivir de nuevo.


(Sobre mentiras, secretos y silencios, Adrienne Rich, 1971)

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